verla y en su contemplacion recrearse desde mas alto. La
desolada tierra sin arboles, pajiza a trechos, a trechos de
color gredoso, dividida toda en triangulos y cuadrilateros
amarillos o negruzcos, pardos o ligeramente verdegueados,
[20] semejaba en cierto modo a la capa del harapiento que se pone
al sol. Sobre aquella capa miserable el cristianismo y el
islamismo habian trabado epicas batallas. Gloriosos campos,
si, pero los combates de antano les habian dejado horribles.
—Me parece
que hoy picara el sol, Sr. Licurgo—dijo
el
[25] caballero, desembarazandose un poco del abrigo
en que se
envolvia.—iQue
triste camino! No se ve ni un solo arbol
en todo lo que alcanza
la vista. Aqui todo es al reves. La
ironia no cesa. ?Por
que, si no hay aqui alamos grandes
ni chicos, se ha de
llamar esto los Alamillos?
[30] El tio Licurgo no contesto a la pregunta, porque
con toda
su alma atendia a ciertos
lejanos ruidos que de improviso se
oyeron, y con ademan
intranquilo detuvo su cabalgadura,
mientras exploraba el
camino y los cerros lejanos con sombria
mirada.
—?Que hay?—pregunto el viajero, deteniendose tambien. 9
—?Trae usted armas, D. Jose?
—Un revolver.... iAh! ya comprendo.
?Hay
[5] ladrones?
—Puede...—repuso
el labriego con mucho recelo.—
Me parece que sono un
tiro.
—Alla lo
veremos... iadelante!—dijo el caballero
picando su jaca.—No
seran tan temibles.
[10] —Calma, Sr. D. Jose—exclamo
el aldeano deteniendole.
—Esa gente
es mas mala que Satanas. El otro dia asesinaron
a dos caballeros que
iban a tomar el tren.... Dejemonos
de fiestas. Gasparon
el Fuerte, Pepito Chispillas,
Merengue y Ahorca Suegras
no me veran la cara en mis
[15] dias. Echemos por la vereda.
—Adelante, Sr. Licurgo.
—Atras, Sr.
D. Jose—replico el labriego con afligido
acento.—Usted
no sabe bien que gente es esa. Ellos
fueron los que en el
mes pasado robaron de la iglesia del
[20] Carmen el copon, la corona de la Virgen y dos
candeleros;
ellos fueron los que
hace dos anos robaron el tren que iba
para Madrid.
Don Jose, al oir tan
lamentables antecedentes, sintio que
aflojaba un poco su
intrepidez.
[25] —?Ve usted aquel cerro grande y empinado
que hay alla
lejos? Pues alli
se esconden esos picaros en unas cuevas
que llaman la Estancia
de los Caballeros.
—iDe los Caballeros!
—Si senor.
Bajan al camino real, cuando la Guardia
[30] civil se descuida, y roban lo que pueden. ?No
ve usted
mas alla de la vuelta
del camino una cruz, que se puso en
memoria de la muerte
que dieron al alcalde de Villahorrenda
cuando las elecciones?